Carlos Montero
La obsesión del mercado de valores con el petróleo es difícil de justificar
Desde el pasado diciembre, la corrección directa entre los precios del petróleo y la renta variable se sitúa cerca del 90%. Es decir, la bolsa sube cuando lo hace el petróleo, y viceversa. Este nivel de correlación es históricamente inusual, y bastante confuso.
Es bastante confuso porque excepto los sectores energéticos y
relacionados, al resto les favorece un precio barato de la energía.
Reduce los costes operativos y aumenta la renta disponible de los
consumidores. Sin embargo, como afirma el analista James Surowiecki en
The New Yorker, incluso estas empresas beneficiadas están viendo como
caen sus acciones cuando cae el petróleo. Incomprensible.
Pero hay
dos razones para tan alta correlación según Surowiecki. Por un lado por
la sensación entre los inversores que el petróleo barato está
anticipando una fuerte ralentización de la economía global. Esto suena
plausible, sin embargo el petróleo se ha mostrado con un pésimo
indicador adelantado de la economía. Pongamos dos ejemplos:
En el
verano de 2008 la economía mundial estaba en recesión gracias a la
explosión de la burbuja inmobiliaria. Por el contrario, el precio del
petróleo subía semana tras semana, alcanzando un récord de ciento
cuarenta y siete dólares por barril. Los precios del crudo no revelaron
nada en absoluto acerca de la demanda futura que estaba a punto de
colapsar. La situación contraria se dio en 2008 cuando el petróleo se
desplomó casi un setenta por ciento en cuatro meses. ¿Anticipó esta
caída una contracción económica mundial? No, la economía global continuó
mejorando años después.
La otra razón para esta correlación es que
la caída de los precios de la energía dañará gravemente algunas de las
economías más importantes del mundo, incluida la de EE.UU., la de Rusia y
Brasil. En el caso de Rusia y Brasil ya lo estamos viendo. También en
EE.UU. aunque en menor medida. La caída de precios energéticos ha
reducido drásticamente las nuevas inversiones de las perforadoras de
esquisto en EE.UU. afectando a regiones como Dakota del Norte o
Oklahoma.
Estos retrocesos son reales, pero deben ser vistos en
proporción. Incluso después de la revolución de esquisto, los EE.UU.
siguen siendo un consumidor neto de petróleo, con la importación de
cinco millones más de barriles de los que exporta. Esto significa que la
caída en los precios del petróleo ha suministrado una ganancia
inesperada a los consumidores de la mayor economía del mundo. Algunas
estimaciones hablan de un extra de diez mil millones de dólares al mes.
Esto se traducirá en un mayor gasto particular. La historia económica
muestra con claridad que los EE.UU., y la gran mayoría de los países
desarrollados, se comportan mejor con bajos precios energéticos que
altos.
James Surowiecki afirma que en términos fundamentales la
obsesión del mercado de valores con el petróleo es difícil de
justificar. El problema es que, una vez que un patrón se establece cobra
vida propia. Después de todo, si usted piensa que todo el mundo está
planeando vender cuando los precios del petróleo caen, probablemente
hará lo mismo. Esto es especialmente cierto en periodos de incertidumbre
sobre el estado de la economía. En esos momentos el instinto gregario
se hace dueño de la situación.
El mercado del petróleo es mucho más ruido que nueces, pero en este momento, es el único sonido que los inversores parecen oír.
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